Pocas ciudades extremeñas pueden presumir de una fundación tan curiosa y emocionante como la propia Badajoz. Cuando el ilustre “gallego” Marwan partió con sus hombres desde Alange hasta aquel cerro desierto a orillas del Guadiana, solo la voluntad de un hombre semejante podía levantar tan imponente capital, desafinado al poder establecido de su tiempo y creando en nuestra tierra uno de los más intelectuales y gloriosos taifatos de la península. Cada año desde el 98 los pacenses reviven en el Al-Mossassa el que fue hecho histórico de gran calado para Extremadura y toda España, recuperando así el pedazo de su pasado que más fama le dio a esta perla de la Lusitania.
Además de los imprescindibles actos informativos, como congresos, conferencias y exposiciones que nos acercan a la realidad de aquellos tiempos, lo que en verdad da vida a la celebración son las calles del casco antiguo: Por un lado avanza la lujosa y colorida corte de los Omeya cordobeses, representación de aquel gran Emir que llegó a tierras pacenses a otorgar el título a esta nueva ciudad; Por otro, a su encuentro acuden, de negro y lunas plateadas, el séquito de Marwan, con arqueros, infantes y todo tipo de soldadesca. En la Alcazaba, punto de encuentro ancestral, se reúnen ambos grupos para reflejar aquel instante tan histórico. Todo un espectáculo que quedará grabado en nuestra retina.
Pero no acaba ahí la cosa, la Plaza Mayor y la Plaza Alta guardan en su interior zocos al más puro estilo andalusí, con especias, productos típicos y marroquinerías que sumergen al visitante en una burbuja de olores y sensaciones difícil de olvidar, una mirada a nuestro pasado en la que todo el mundo encuentra una parte de sí mismo. Nos parecerá que sin movernos de la provincia pacense estamos de pronto en el mercado de una gran urbe musulmana.
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