martes, 2 de agosto de 2011

Artículo. El "Mosaico Cosmológico" de la Casa del Mitreo. En Mérida

Que Mérida fue durante varios siglos la capital del mundo romano a este lado de la península es un hecho indiscutible. Tantas generaciones de grandeza en un solo lugar dejaron a nuestra capital autonómica como un centro de riquezas inimaginable, plagada de grandes domus y villaes que dieron a conocer a estas tierras un lujo que nunca antes se había visto. Pero de tantas y tantas maravillas que la antigua Emérita tiene para mostrarnos, hoy nos centraremos en una de las más espectaculares que, pese alejada de la ciudad, merece la pena echarle un vistazo, o vistazo y medio si nos ponemos así. Nos referimos, como no, a la Casa del Mitreo.

Asombrosamente conservada para el par de milenios que lleva bajo tierra, esta fue en principio una de las mansiones de mayor tamaño de la ciudad, construida ex-profeso a las afueras de la misma, junto al cementerio donde descansaban las almas de la ciudad. De su tamaño nos da una idea los tres patios interiores con los que contaba, destinados a dar luz y ventilación a todas las habitaciones de la casa, pero si el tamaño era importante mucho más lo era su decoración, símbolo del poder y estatus que conservaron sus moradores, y es en este campo en el que la del Mitreo destaca sobre las demás domus de la ciudad.


El más importante de los mosaicos encontrados en esta antiquísima urbe es quizás el “mosaico cosmológico”, una obra de arte que, tras permanecer cientos de años bajo tierra, salió a la luz para enseñarnos a los extremeños la concepción del mundo y su creación que tuvieron nuestros antepasados. Esta impresionante composición se divide en tres partes, cielo, tierra y mar, en cada una de las cuales el autor intenta explicar a través de dibujos y alegorías cómo llegaron a formarse estos tres elementos que constituían todo el sentir religioso de los romanos.


En el cielo se representa a Saeculum, los siglos, a Caelum, el cielo, y a Chaos, el caos que todo lo domina, envuelto todo en un semicírculo que venía a indicar lo celestial de estas tres figuras, a las que acompañaban otras menores como Tronitun, el trueno, y Ocassus, la luna. Bajo el cielo llega la tierra, a la que se imagina como el monte sagrado de Mons, en cuya cima y regazo descansa Nix, la nieve que tan raramente se veía por estas tierras. Por último, abajo del todo, se nos muestra en incógnito mar, símbolo para los romanos de la dominación continental a la que habían llegado y que al mismo tiempo los desconcertaba y marcaba el final del mundo conocido; en este peculiar mar vemos a la figura de Oceanus, los océanos, Tranquilitas, el mar en calma, Navigia, la navegación, o Copiae, las riquezas que sus aguas traen a los marineros.


El alejado palacete cuenta con alguna que otra obra de decoración menos, pero esta es sin duda la gran joya de la corona. Se estima que tuvo que ser echa por artistas procedentes de la lejana Damasco, en Siria, pues concuerda a la perfección con las ideas que desde allí se difundieron, principalmente en los siglos I y II de nuestra era. En definitiva, un mensaje de dos mil años que hoy se nos muestra a Extremadura como una de nuestras mayores joyas a conservar. ¡Hasta mañana amigos!

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